Tu cuerpo dio
cuerpo al mío.
Me alumbraste
con dolor
una mañana de
verano,
y guiaste mis pasos
por un mundo de
mieles
al calor de
tu seno.
Tu mano hizo
de faro,
tus ojos, de
sendero,
tu oído, de
caricias,
tu llanto, de
silencios
cuando yo
necesitaba
llenarme de
amor materno.
Robé horas de
tu sueño
cuando el mío
se agitaba
en olas azuladas
de dolores
y atroces temores
eternos.
Bañaste con
cariño
tanto
desconsuelo
vivido en
soledad;
y, aun en la
distancia,
solo oír tu
voz fortalecía
aquellos momentos
míos
de profundo miedo.
Por eso no
solo hoy,
sino uno tras
otro,
todos los
días del año,
quisiera
decirte:
Madre, ¡cuánto
te quiero!