Me navegas en tu barco cada día
mientras rompes oleajes en mi playa.
Nos miramos a los ojos incendiados
con el fuego abrasador de nuestros cuerpos,
comenzando el delirio de nuestra danza.
Arremetes, acaricias, besas miel,
y tus manos buscan en mi oasis,
la arena fina de mis dunas doradas.
Me desgranas, me suspiras, me ardes llamas,
con el tacto de tu aroma en mis oídos,
arrancando suaves quejidos en mi garganta
cuando bebo el gusto jugoso
de tu alocada boca,
en el viento que me arrulla a cada instante,
complaciente de ternura en nuestra cama.
Y cuando acaba una tormenta
otra nueva ya se ve en el horizonte.
Es tu nave la que surca las olas,
cadenciosa y serenamente,
hacia cada espacio de mi cuerpo y de mi alma.
Y se encuentran, una vez más,
hechas fuego, tu piel y la mía,
desatando otra oleada de espuma compartida
en nuestro océano de algas enredadas.
Es cada una de las veces, amor,
esa llama encendida
que prende, que ilumina y que da vida,
tu mirada mirando mi mirada.
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