26 de diciembre de 2011

El hombre que tenía la cabeza llena de ideas

A mi amigo Ángel Luis.

El nombre de aquel hombre era cacofónico. Eso hacía que pronunciarlo correctamente fuera complicado si se decía a una cierta velocidad. Pero no sonaba mal. La aliteración de eles se me antojaba que era el interruptor de la luz que se encendía en su cabeza tomando forma de numerosas bombillas que se convertían inmediatamente en ideas.Tantas bombillas, digo ideas, se acumularon en su cabeza que, cuando quería recrearse con alguna, no la encontraba.

Un buen día, mientras se hallaba absorto inventando una nueva idea, su disco duro le avisó de que estaba lleno. Ya no entraba nada más. "No me queda más remedio que ordenar todas las ideas para que ocupen menos espacio y poder guardar otras nuevas" - pensó -. Y se dispuso a liberar los huequitos  de aquel disco duro en que se había convertido su cerebro.
Comenzó por las más recientes. Eran bombillas pequeñas, con un halo de luz irreverente que todavía no se habían desarrollado lo suficientemente para tener entidad propia. Esas ocupaban poco sitio si estaban bien colocadas.
Giró las cuencas de sus ojos por los pasillos de aquel laboratorio de ideas y se entretuvo en desechar aquellas que, aun siendo buenas, sabía que no iba a poder realizar jamás por falta de iniciativa. Claro que, después de ver lo bonitas que eran y el juego que le podían dar cuando estuviera realmente aburrido, decidió almacenarlas en la trastienda de su mente.
Y, por fin, llegó a las bombillas que más trabajo le había costado alumbrar, esas que tenían el don de manifestarse en todas sus dimensiones con solo cerrar los ojos. Comenzó a ordenarlas por orden de nacimiento, pero cuando había revisado unas cuantas se dio cuenta de que no podía guardarlas todas. Y, ahora, ¿qué? No podía sacarlas de allí. Eran su tesoro más preciado. Había invertido mucho de su tiempo dándoles forma en su cabeza, alimentándolas del más puro talento, sin dejarlas salir de allí por miedo a que en el exterior perdieran toda la magia con que habían sido concebidas.
Con mucho esfuerzo consiguió ensamblar las ideas como si de piezas de un rompecabezas se tratara. Solo le faltaba una por colocar. Trabajó sin descansar intentando acoplarla en diferentes partes de aquel almacén que estaba repleto desde hacía ya tiempo. Entonces sucedió. Con tanto vigor había intentado que todas ellas entraran, que su cabeza estalló como un globo y una de las ideas salió a la vida volando como una cometa.
Estupefacto comprobó que aquella idea inquieta y saltarina le animaba a que la plasmara en algún lienzo blanco olvidado en su memoria. Y con tantos colores se fue desgranando en su cabeza que acabó por hacerse realidad convirtiendo a su autor en un firme candidato al premio al mejor ideólogo.
Ideas pequeñas (Ángel Luis López Pérez)

Y es que aquel hombre cuyo nombre era cacofónico, pasó por fin de ser un coleccionista de ideas a aquello que siempre había deseado: un extraordinario pintor.

18 de diciembre de 2011

Amarga Navidad

Aquella caja de cartón era su casa. Tenía una especie de puerta y algunos pequeños orificios en un lateral para poder ver los pies de quienes pasaban por aquella destartalada calle.

Dentro de la caja, sobre un colchón rescatado de un contenedor cercano, dormía aquella mujer menuda de pelo blanco. Aquel invierno estaba siendo terriblemente frío y se había recogido antes que de costumbre en aquel hogar improvisado al abrigo del viento.

No había podido conseguir comida y estaba extremadamente débil. Cerró los ojos para intentar dormir y poco a poco fue entrando en estado de semiinconsciencia. Su mente viajó en el tiempo hacia aquella Nochebuena en la que descubrió el verdadero significado de la Navidad. Su madre la había llevado a cenar a un albergue en el que se alojaban algunos niños huérfanos. Fue una velada tan intensa y confortante que en ese momento decidió dedicar su vida a ayudar a la gente sin hogar. Y aquel fue también el motivo de que ella hubiera perdido el suyo: lo había dado todo a los demás sin pedir nada a cambio.

Y ahora estaba de nuevo en aquel albergue riendo y cantando junto con aquellos niños de entonces que ahora tendrían su misma edad. La música y las risas volvieron a su cabeza en un recuerdo que nunca había dejado de ser reciente. Vio a su madre repartiendo caramelos y cuentos y abrazando a todos los que allí estaban. Esperó pacientemente a que acabase para dirigirse hacia ella. Mientras se acercaba lentamente, empezó a sentir una paz inmensa al ver la mano tendida de su madre para atraerla hacia sí y se abandonó al abrazo cálido y amoroso de quien más la había querido.

Abrió los ojos por última vez y pudo ver a través de las pequeñas ventanitas cómo las estrellas alumbraban el camino que debía seguir mientras su madre le pedía que lo tomara para poder disfrutar juntas de otra inolvidable noche en familia. Fue entonces cuando supo que en Navidad, todos los caminos llevan a casa.

8 de noviembre de 2011

Un momento de tristeza

No podían salpicar más las cascadas de mis ojos. Aquel río fluía por los valles y barrancos de mi rostro hasta sacudir en tibios temblores mi cuerpo enmarañado de angustia. Ausencia de palabras. Soledad inesperada. Profunda tristeza. Solo un desarbolado llanto se escuchaba en el silencio de aquella plomiza tarde de otoño. "¿Dónde estás, hijo mío?".

2 de noviembre de 2011

Un sueño nada más

Quiero ser beso de luna
cuando en tus ojos me miras,
y acariciarte despacio
entre tus brazos perdida.
Ser llama de amor que prenda
entre mi vida... tu vida.


                             ACM

27 de octubre de 2011

Encuentro en la nada

Éramos dos desconocidos
y un día en el azul 
nos encontramos.
Subimos a un tren
sin recorrido
y, sin querer,
nos enamoramos.

Ahora tú no estás,
y yo tampoco estoy,
pero ambos sabemos
dónde pensarnos.

26 de octubre de 2011

Fue solo un sueño

Tu voz en un airoso susurro
de recónditos rincones 
en mi espacio se hizo eco.
Y en la luna se encontraron
las mil caricias que hiciste
en las cumbres de mi cuerpo.
La ventana secreta de mi alma
se abrió de par en par
con el sutil roce de tus dedos,
y melifluas y ambarinas gotas
de tus labios cayeron desparramadas
posándose melosas en mis pechos
que tú recorriste presuroso
con la humedad de tus besos.
Me dormiste entre olas y cascadas
de impetuosos soles y silencios
que llenaron de nubes de algodones
e hicieron realidad todos mis sueños.

                                        ACM

21 de octubre de 2011

Descarga libro conmemorativo Fundación Abbott

¡Hola!

Para todos aquellos que no habéis podido obtener el libro, os dejo el enlace de la Fundación Abbott, donde podréis ver fotos y desdcargaros el libro conmemorativo del certamen.

Los relatos son realmente buenos. Espero que os guste.

Libro conmemorativo I Certamen Relatos sobre Enfermedad Crónica

8 de octubre de 2011

Al finalizar el acto, nos hicimos una foto de familia.

Durante el cóctel, en la columna de mi relato.

La reseña de mi amigo Nacho en su blog VESTIDO DE HARAPOS

Vestido de Harapos - Un certamen crónico

Alga enredada.

Me gustaría compartir con vosotros no solo lo que escribo, sino aquello que leo y me entusiasma. En este caso, un poema de Ángel González.

Alga quisiera ser, alga enredada,
en lo más suave de tu pantorrilla.
Soplo de brisa contra tu mejilla.
Arena leve bajo tu pisada.


Agua quisiera ser, agua salada
cuando corres desnuda hacia la orilla.
Sol recortando en sombra tu sencilla
silueta virgen de recién bañada.


Todo quisiera ser, indefinido,
en torno a ti: paisaje, luz, ambiente,
gaviota, cielo, nave, vela, viento…


Caracola que acercas a tu oído,
para poder reunir, tímidamente,
con el rumor del mar, mi sentimiento.


angel gonzalez

Autor: Ángel González, Oviedo, 1925.

Poema: “Alga enredada”, de A todo amor, Antología Personal, 1997.

7 de octubre de 2011

EL BICHO

A mi hijo Javier, el auténtico motor de mi vida.

El bicho
I
Tienes un Crohn de libro. Lo siento mucho. Ese era finalmente el diagnóstico, el final de la carrera por bautizar al bicho que me martirizaba sin parar día tras día desde que cumplí los diez años. Y ya tenía treinta y dos. Más de veinte años de diarreas, mareos, operaciones, dolores, consultas médicas en las que nadie se había acercado ni de lejos a aquello que hacía que mi tripa se hinchase como una sandía, me produjese aquellos dolores tan insufribles y no supiese el motivo por el que tantas horas de tantos días me encontrase tan mal. Más de veinte años de moverme por las calles a la carrera para buscar un aseo en los momentos más inoportunos. Más de veinte años de incomprensión. Crohn. Menudo palabro. ¿Y qué coño es eso? ¡Qué más da el nombre! Por fin alguien va a decirme cómo tratarlo y seguro que a partir de ahora mejoraré.
No tiene cura. ¿Cómo? ¿Que no tiene cura? ¿Y entonces? ¿Tan grave es? Mi cara debía de ser un poema a estas alturas de la apenas iniciada conversación con el cirujano, porque había tenido que ser un cirujano el que lo descubriese estupefacto después de que tras una intervención quirúrgica más yo no acabara de recuperarme y estuviese aun peor. ¿Ni un solo lumbreras ha sido capaz de encontrar algo que la cure? ¿Tengo que pasar lo que me queda de vida con este castigo? ¡Que alguien me diga que estoy soñando, por Dios! Entonces, ¿los nervios no tienen la culpa? Tienes que tranquilizarte. Eres demasiado nerviosa. Esto son nervios. Procura no estar nerviosa. Nervios, nervios, nervios. Aquello era lo que más repetían los médicos durante esos más de veinte años.
No, no son nervios, aunque cualquier alteración nerviosa empeora la enfermedad, si tenemos en cuenta que, además, también tienes colon irritable. No entiendo nada. Pero nada de nada, y eso que soy bastante espabilada. Tienes una enfermedad inflamatoria intestinal de carácter crónico y sin visos de curación, al menos de momento, que se manifiesta en brotes, generalmente agudos y con mucho dolor. Tienes afectado el intestino delgado, el colon ascendente, el íleon y el ciego. Además, están los efectos colaterales. ¿Ah, sí? ¿Y cuáles son? La enfermedad también se manifiesta con fístulas; tu sistema osteoarticular se verá muy afectado. ¡Vaya! ¡Ya salió! Mira tú de dónde viene tanta contractura y tanta inflamación de las articulaciones.También los ojos. ¿Los ojos? ¡Qué tendrán que ver las churras con las merinas! Pues sí, resulta que tienen que ver, que ambas son ovejas, y mis articulaciones y mis ojos se inflamarán igual que el intestino en un brote. No te acostarás sin saber una cosa más. Pero, ¿todas esas cosas tengo? Joé, no me privo de nada.
Y ahora, ¿qué? Toma tu medicación diaria. Importantísimo también el descanso y una alimentación equilibrada, nada de estrés (como si fuera fácil controlarlo cuando es provocado por factores ajenos), nada de alcohol (no bebo), nada de picante (no me gusta) y dieta equilibrada. ¿Algo más? Tienes que ir probando cómo reacciona tu cuerpo ante determinados alimentos. Habrá algunos que te hagan daño y esos deberás eliminarlos. Te recomiendo que lleves un diario con lo que comes y con los síntomas que tienes, para que puedas valorar qué cosas son las que verdaderamente te hacen daño. Estudia las reacciones de tu cuerpo ante el estrés, el cansancio y la comida, pero sobre todo, no te hundas. El estado emocional en esta enfermedad es extremadamente importante. Cualquier disgusto o preocupación puede ser causa de un brote. Intenta evitarlo. ¡Ah! Y deja de fumar. Es una enfermedad muy cabrona. Y tan cabrona, si no se cura. ¿Puedo morir por su causa? Cuéntame. Quiero saber toda la verdad. Hombre, no se sabe con exactitud, pero tienes más posibilidades de padecer un cáncer de colon. Vaya, ya salió la palabrita. Bueno, yo no lo tengo por ahora. ¿Y cómo se desencadena esta enfermedad? Tu organismo está demasiado limpio y él mismo te ataca para defenderse produciendo úlceras que causan inflamación. Es una enfermedad autoinmune. Para, para, para. ¿Me ataco yo a mí misma? ¿Dónde se ha visto imbecilidad más grande? Se supone que debo defenderme de los ataques externos pero, ¿me estás diciendo que en mi intestino se está librando una guerra civil? ¡Por Dios! ¡Qué estupidez! ¿Que soy demasiado limpia, dices? Prometo no lavarme las manos tantas veces al día. Los dientes sí, y ducha diaria también, por ahí no paso. ¿Qué más puedo hacer? ¡Bacterias! ¡Venid a mí! ¡Sois bienvenidas!
II
Solo han pasado unas horas desde que escuché la palabra Crohn. Menudo marrón para el médico que lo descubrió.  Con lo pesadita que soy, lo voy a tener en la boca a todas horas, al pobrecito. Hombre no, en la boca no, en otro sitio menos expuesto a la intemperie, y mucho menos literario. ¿Y ahora qué? ¿Qué les digo a mis padres? Han llamado más de quince veces esta tarde para ver qué me ha dicho por fin el médico después de tantas pruebas. Y peor de todo, ¿qué le digo a mi hijo? Es muy pequeño. Tiene seis años y solo me tiene  a mí. Estamos los dos solos en Madrid. Nadie de mi familia vive aquí. ¿Podré cuidarle? Tendrá una madre enferma para siempre, qué mala suerte. ¿Cómo se lo digo? ¡Ufffffff! ¡La que se me viene encima!
Primero, pon en orden tus ideas para no transmitir angustia. Si te preguntan qué vas a hacer, pues contesta de la manera más natural que puedas, Al fin y al cabo,  ya sabes qué es lo que te pasa.
Puede sonar obsceno, pero es una liberación saber que tengo Enfermedad de Crohn. Yo no la quería, pero ya que me vino, prefiero saber cómo se llama para combatirla. Ya me han dicho lo que tengo que hacer y, sobre todo, lo que no debo hacer. Tratamiento y disciplina. Disciplina, disciplina, disciplina. No debo machacarme todo el día trabajando sin descansar. No puedo estresarme. No debo preocuparme por cosas que no deba. No puedo descuidar mi alimentación. No puedo dejar de tomar las medicinas cada día… ¡Un momento! ¿Qué puedo hacer entonces? Mi euforia inicial de saber lo que tengo se viene abajo. Levanta el ánimo. Vas a mantener al bicho a raya. Vamos a empezar por contarlo a la familia.
III
Javier, ven con mamá. Vamos a dibujar un cómic, ¿quieres? Síiiiiiiiiiiiii, ¿vamos a pintar a los Power Rangers? Vale, pero primero tenemos que inventarnos una historia. ¿Qué dibujas, mamá? Mira, esta es una carretera y está llena de baches. ¿Sabes quién hace todos estos agujeros en la carretera? Unos bichos muy malos que viven debajo de ella. ¿Y por qué, mamá? Porque piensan que alguien puede venir y echarles de sus casas. Por eso no quieren que los coches pasen por ella. ¡Qué tontos son! ¡Ya séeeeeeeeeeeee, mis Power Rangers irán y taparán todos esos baches para que los señores no tengan accidentes, y matarán a todos esos bichos malos! Déjame, mamá, que voy a dibujarlos escondidos detrás de los árboles para que no los vea nadie.
¿Sabes hijo? Mamá hoy ha ido al médico. ¿Y te va a curar ya el dolor de tripa? Claro que sí, porque mira, a mamá le pasa una cosa parecida a la historia que hemos dibujado. Tengo una carretera en mi tripa que está llena de agujeros que me hacen unos bichos. ¿Y cómo son esos bichos? ¿Se parecen a los dragones? No lo sé, hijo. No los ha visto nadie todavía. Entonces, ¿cómo sabes que los tienes? Porque en las radiografías que me han hecho se ven los agujeritos que me han hecho. ¿Y salen los bichos en las rayografías? ¿Me los enseñas? No, cariño, cuando ven que los van a fotografiar, se esconden, pero están ahí. ¿Y esos bichos son los que te hacen llorar por la noche? No hijo, no lloro, es que por las noches me resfrío. ¿Te tienen que pinchar, mamá? A lo mejor sí, pero por ahora solo tengo que tomar estas pastillas naranjas en el desayuno, la comida y la cena, y estas otras blancas  pequeñitas por la noche. Las pastillas son como tus Power Rangers, van a tapar mis agujeritos. Tienes que prometerme que tú no las vas a tomar nunca, porque son para matar mis bichos, ¿vale? Vale. ¿Cómo se llaman? A ver, tienen unos nombres muy difíciles: estas se llaman Claversal y estas otras Prednisona. Calmesal y Termisona, ya no se me olvida, mamá. Gracias, mi amor. Eres muy, muy listo. Te quiero mucho, mamá. Y yo a ti también.
Bueno, ya he pasado el primer asalto. Los niños son mucho más inteligentes de lo que pensamos. Me lo ha puesto muy fácil. Menos mal.
IV
¿Qué tienes qué? Crohn, mamá. ¿Y eso es grave? Bueno, grave, grave, no sé. No creo que me vaya a morir, pero es muy serio. ¿Tienen que operarte? No, al menos ahora, pero no tiene cura. ¡Anda ya! ¿Cómo no va a poder curarse? Los médicos hoy lo curan todo. Seguro que ese médico se ha equivocado. Tienes que ir a pedir una segunda opinión. Nosotros te acompañaremos. No se ha equivocado, mamá. Además, lo pone en el informe radiológico: Enfermedad de Crohn. Llama a tu hermana, ya verás como ella se entera de cómo se cura.
¿Qué dice la niña? ¿Por qué lloras? Que le han dicho que tiene una enfermedad que no se puede curar. Pero, ¿qué dices? ¡Si solo tiene treinta y dos años y un niño pequeño al que tiene que cuidar! Si ni siquiera vive cerca de nosotros…, quita, anda, dame el teléfono, que seguro que no te has enterado bien.
Hija, ¿qué te ha dicho el médico? Lo que te ha contado mamá. Pero, entonces, ¿es verdad? Claro que lo es, papá. ¿Y tú cómo estás? Estoy tranquila, que ya es mucho. ¿Has hablado con tu hermana? No, papá, pensaba hacerlo ahora, pero no os preocupéis, llevo muchos años viviendo así y aquí estoy; lo único que ha cambiado es que, al menos, ya sé lo que tengo. Y dile a mamá que no llore. Es un contratiempo más en mi vida, pero saldré adelante. Hija, prométenos que nos irás contando todo lo que te pase. Y cuídate mucho. Claro que sí. Os lo prometo.
V
¿Crohn? ¿Qué tienes Crohn? ¿Estás segura? Y tanto, de libro, dicen tus colegas. ¡Qué putada! No me digas eso, anda. ¿Y qué quieres que te diga? ¿Qué ya lo sospechaba pero no quería ni pensarlo? ¿Te lo han explicado bien? Sí, muy bien. El médico es majete. Casi estaba más preocupado por mi coco que por mi intestino. Dice que en esta enfermedad es fundamental mantener un buen estado de ánimo y que, además de ser mi médico de digestivo, hará también de psicólogo, dos por uno, mira qué bien. ¿Qué medicación te ha puesto? Seis o siete cosas, entre ellas corticoides. ¿En qué dosis? Tanto. Mucho. Debes tener el intestino como un salchichón. Sí, eso me ha dicho. Eres ya consciente de lo que tienes, ¿no? Me voy haciendo a la idea, pero ya sabes que soy muy responsable y nada dada a los excesos, así que espero poder tener mejor calidad de vida que hasta ahora. Tengo un hijo pequeño. Quiero verle crecer. Voy a luchar todo lo que sea necesario por no estar mal, al menos no tan mal como hasta ahora. Digo yo que los medicamentos me mejorarán. Prométeme una cosa. Dime. Olvídate de no comer o de comer lo que no debes para que a Javier no le falte de nada. Tata, en mi casa solo entra un sueldo. Tengo que pagar la hipoteca, los gastos del colegio y de la casa. Me gustaría buscar otra fuente de ingresos, pero estoy siempre tan cansada y tengo tanta diarrea que no puedo. Vente a vivir a Valladolid. Aquí está toda tu familia. Allí estáis los dos solos. Entre todos te ayudaremos y la vida te será más fácil. Si intentase trasladar allí mi trabajo tardaría como poco un año y medio. Javier tendrá ya casi ocho años por entonces. No quiero sacarle del entorno en el que ha vivido siempre, de su colegio, de sus amigos. Tengo que pensar en los dos. Voy a salir adelante por él. Quiero que se sienta orgulloso de mí. Ya, pero él necesita una madre, no una heroína, y, si te sucede algo malo, no le servirá de nada tu esfuerzo. No quieras ser una superwoman. Lo que tienes es muy serio. Casi estás más para que te cuiden a ti que para  cuidar tú a los demás. Piénsalo, por favor. Prometo pensarlo, pero si este bicho lo tengo desde que era pequeña y he logrado sobrevivir sin medicación, creo que podré con ello. No sé, menuda bomba me has soltado. No me lo puedo creer. ¡Qué mala suerte! Voy a informarme en el hospital. Preguntaré a mis compañeros de digestivo  quiénes son los mejores médicos. Cuídate mucho. Te queremos.
VI
Todo el mundo preocupado por mi culpa. Eso es lo único cierto. Y que yo tengo una enfermedad crónica. Es el mes de febrero de 1994. Un sentimiento de esperanza me invade. Y de alivio también. ¡Qué mal te operaron del apéndice! Te dejaron restos inflamatorios. ¿Cuántos años antes me dijeron eso? ¿Diez? ¿Doce? Algo se acercaron. Las fístulas son hereditarias, decían. Ya lo veo, anda que menudo ojo clínico. Todo era producido por el bicho.
Mi hijo duerme y yo estoy sentada en el sofá mirando a la nada. Ahora mismo estoy sintiendo de veras lo que es la soledad. Lloro por primera vez. Llora, llora cuanto quieras. Analiza la situación. A ver, ¿qué tenemos? Tenemos una enfermedad que no tiene cura y sí muchas diarreas, cansancio permanente, dolores de cristales puntiagudos que se clavan sin piedad en mi interior. Dolores, dolores, dolores de todo: de tripa, de pies, de rodillas, de muñecas, de cabeza, de estómago, de espalda... ¡Ehhhh! ¡!Que se te olvida! El médico también ha dicho que las personas que tenemos Crohn somos muy, pero que muy  inteligentes. ¿Será por eso que saqué el número uno de mi oposición a la primera? ¿Por eso nunca he suspendido un examen? Mira, eso está bien. Que somos muy sensibles y muy susceptibles, dijo también. ¡Vaya! Parece un adivino. Eso sí que es verdad. ¿Se incrementará eso ahora? Ojalá que no. Cambios de humor frecuentes. Ummmmm. También los tengo. No me libro de nada. Y todo producido por la enfermedad. Soy especial hasta para pillar estas cosas. ¡Ahhhh! ¿Y quién va a querer estar conmigo ahora tal y como estoy, hecha una piltrafa? Adiós a la esperanza de formar una nueva familia. ¿Adiós a una vida normal? Venga, venga, arriba el ánimo. Tienes una enfermedad, sí, pero no eres una enferma.
VII
Escribo estas palabras en el mes de octubre de 2010. Tengo ya cuarenta y ocho  años y conservo solo la mitad de mi intestino delgado y una parte del colon. En el camino he perdido también el íleon, el ciego y algunas otras partes más de mi cuerpo. Una, dos, tres, cuatro, cinco y seis costuras de otras tantas intervenciones quirúrgicas desde que me diagnosticaron el Crohn. Diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta y dos por ciento de minusvalía. Cicatrices de guerra de esta enfermedad que difícilmente puede ser soportada sin ayuda de la gente que te quiere, pero que en el fondo, encierra una soledad absoluta con la que solo tú convives.
Mi hijo, mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo, mi médico y mucha gente maravillosa a la que conocí y a la que no importó mi enfermedad ¡qué importantes han sido todos ellos estos años!. Sí, la gente me quiere, y mucho. Me cuida. ¿He sido feliz todos estos años? Ya lo creo. Y lo sigo siendo ahora. ¿Qué he hecho desde entonces? Vivir, vivir, vivir, y ayudar a otra gente como yo. ¿Que tienes qué? Una enfermedad crónica y muchas operaciones. ¡Anda ya! No te quedes conmigo, es imposible. ¿Y eso por qué? Porque trabajas más y mejor que nadie. Porque siempre estás sonriendo. Porque eres el optimismo personificado. Porque tienes unas ideas fantásticas que a los demás no se nos ocurren. Porque tienes siempre brillo en los ojos. Porque aprendes las cosas con solo media vez que te lo expliquen. Porque enseñas con facilidad y haces que los demás aprendamos sin darnos cuenta. Porque eres fuerte. Porque todo el mundo te quiere. Es imposible que tengas lo que dices. Pues abre la cremallera y mira dentro de mi cuerpo (¡qué famosa es ya mi cremallera!). Verás lo que te encuentras.
He llegado muy lejos, más de lo que yo pensaba. ¡Físicamente parece que estoy tan bien! Vivo mi enfermedad con tanta naturalidad que hasta a mi madre a veces se le olvida que la tengo. ¡Mamáaaaaaaaaa! ¿Fabada para comer? ¡Pero si sabes que me hace mucho daño!. Se me olvida, hija, pero come un poquito que seguro que no te sienta tan mal. Ya lo creo que me sienta mal, peor que mal. Pero, ¿no te acuerdas de aquella vez que comí pimientos fritos y estuve ingresada muy grave por una obstrucción intestinal? Por eso no como lo que me gusta. Es uno de los sacrificios que debo hacer para no perjudicar más mi ya maltrecha salud.
Años de inmunosupresión, de brotes, de operaciones, de lucha por salir adelante. Años duros, de vivir en un infierno permanente, pero años de mirar siempre hacia adelante. Soy tan persistente que dicen los médicos que voy a acabar por matar yo al bicho. Sirvo de ejemplo para otras personas a quienes diagnostican Crohn y se hunden. Cuando me llaman para ir a visitarlos,  pinto mi alegría de domingo y les demuestro que se puede vivir dignamente, eso sí, mejor con dos cuartos de baño en casa que con uno solo. No les dejo que se rindan. Les ayudo a no bajar la guardia. Es muy importante ver que alguien que tiene lo mismo que tú ha conseguido salir adelante  sin dejar de hacer cosas. La compasión es muy mala. Y peor la autocompasión. No ayuda. Te aliena el alma. Te perjudica. Te corroe. Acaba por destruirte poco a poco.
Nunca olvidaré la sonrisa de mi hijo cuando me traía un vaso de agua al verme retorcida de dolor. Cuántas veces me sacó adelante esa sonrisa. Qué importante fue que mis amigos me obligaran a salir a pasear para fortalecer mis piernas y, de paso, distraerme. Y aquellos mapitas que señalaban rutas con las cafeterías que tenían los baños más limpios para que yo pudiera entrar en caso de necesidad cuando salía a la calle. Era su manera de que yo no pudiera negarme. Verdaderos amigos. Y mi médico. Hoy tienes cara de querer tirarme un zapato a la cabeza. Y conseguía arrancarme una sonrisa cuando yo estaba tan mal. Gente que se queda en el corazón para siempre. ¡Qué importantes han sido, están siendo, todos ellos!
VIII
¿Y a partir de ahora? Seguir viendo crecer a mi hijo, que ya tiene veintidós años y ha sabido llevar mi enfermedad con aplomo de hombre aun cuando era un niño. En lo anecdótico, un carné de minusvalía que me permite pagar menos cuando voy a algunos museos. Incluso la natación para fortalecer mi musculatura, mejorar el dolor de las articulaciones y combatir la osteoporosis, regalo de tantos años de cortisona, puedo hacerla gratis durante todo el año. He logrado llegar alto en mi trabajo gracias a mi tesón, a mis ganas de aprender, a mi empeño por salir adelante, a mi gente y a la disciplina que empleo por mantener a raya al bicho y que no me afecte para realizar otro tipo de actividades que dan sentido a  mi vida.
Después de todo, mi enfermedad me ha hecho más fuerte. Yo no la busqué, ni hice nada malo para merecerla, como piensan algunos otros que la tienen, pero tampoco he dejado que se adueñe de mi vida. El bicho está ahí, lo sé, e incluso, muchas veces, siento cómo se hace fuerte. Porque yo al Crohn lo llamo el bicho. Un ente silencioso que se mueve en mi interior queriendo consumirme, siempre al acecho por si bajo la guardia. Con él he librado las mayores batallas y, a veces, ha estado a punto de ganarme. Pero hasta ahora mi fortaleza siempre le ha sometido. En cuanto asoma, ya está todo mi mundo dispuesto a reducirle a un mero escombro. Cada día al levantarme doy gracias por vivir. Sé que estoy en este mundo de paso y que para morirse solo hay que estar vivo. Y es que la vida es un síntoma tanto de los enfermos crónicos como de los que no lo son. ¿O no?

I Certamen de Relatos sobre Enfermedad Crónica

¡Hola a todos!

Los amigos que no han podido obtener el libro conmemorativo del I Certamen de Relatos sobre Enfermedad Crónica, organizado por la Fundación Abbott el pasado 4 de octubre de 2011, en el que aparece el relato con el que gané el certamen, me han pedido que les facilite el texto.

El libro tiene varios relatos cuya calidad literaria es excepcional y la Fundación Abbott facilitará un enlace electrónico, pues el éxito de la convocatoria ha sido tal que la tirada editorial se ha agotado enseguida.

En cuanto tenga el enlace, lo pondré aquí para que podáis ver también las ilustraciones que acompañan a cada relato.

Muchas gracias a todos.