26 de junio de 2012

Banda sonora de un corazón compartido

Metáfora para el capitán de mi equipo, al que quiero.

                                                              I

La primera vez que los amantes tuvieron noción de que ambos existían en el mismo mundo era de noche, aunque en sus oídos sonaba RAYANDO EL SOL. Les resultaba muy fácil cerrar los ojos y volar con la imaginación hacia la secreta oscuridad en la que alimentaban su impetuoso deseo de estar juntos. Cada uno cedió al otro su corazón y así construyeron un único lugar donde palpitar para reducir la distancia tan abismal que los separaba. “No aguanto. Me duele tanto estar sin ti”. ¡Tan lejos estaban! ¡Y tan cerca!
La luz que irradiaba aquel sol cada noche en el espejo donde fijaban su lugar de encuentro era tan potente que, a veces, quemaba, y mucho, ocasionando tal desesperación que era más fácil tocarlo y abrasarse que calmar el fuego con besos y abrazos de mil kilómetros.
Pero el sol se agotaba por momentos y uno de los dos, el más débil e inconsciente, decidió quedarse con todo el calor, pues las llamas no tenían fuerza para mantener a ambos. Y así, le pidió que dejase de alumbrar a la otra parte de aquel corazón compartido, concentrando las llamas en su mitad. Aquella traslación del sol sumió a la otra mitad del corazón en un frío tan intenso que los ardientes ríos de lava se convirtieron en un mar de hielo que abrasaba el alma con tanta furia que ni las cálidas tormentas de lágrimas sirvieron para apagar aquel álgido incendio. La desolación fue absoluta. El mundo se hizo estéril y en el camino los amantes perdieron todos los enseres que con tanto cariño habían atesorado para su futuro en común.
II
Cuando casi habían sanado las heridas ocasionadas por aquellos fenómenos cuyo efecto devastador rompió el corazón en mil pedazos, el sol apareció de nuevo por la existencia de aquellos seres tan distanciados y decidió llenar de vida los desiertos del alma en los que las palabras nacían pero nunca obtenían respuesta.
Uno de los amantes caminaba por las calles empapadas en olvido, mientras que el otro lamía sus heridas escondido en el único rincón del alma donde se sentía seguro. Uno de los amantes se estaba muriendo mientras volaba sobre el mar con las alas rotas y el otro deseaba desesperadamente dejar atrás aquellos obstáculos insalvables que impedían serenar su vida. Y la fuerza de aquel mundo de ilusión hizo que se encontraran de nuevo. ¡AY, AMOR, TÚ ERES MI RELIGIÓN!
El amante condenado al frío desolador curó las heridas del amante abrasado por el intenso calor. Lo hizo sin condiciones ni exigencias, de tan generoso que era y así el cielo plomizo se abrió y una fina lluvia refrescó aquel terreno yermo que el sol, con su ardor desbocado, había arrasado.
Mas estaba escrito que la quietud nunca fuera el paradigma de su existencia. Fuego y nieve se alternaban ocasionando interferencias insalvables en la temperatura de aquel corazón remendado por el que transitaron todos los fenómenos posibles: tan pronto lucía el sol con una calma inusitada como se desataba una inundación de reproches y palabras silenciadas que convertían su espacio en arenas movedizas de las que cada vez resultaba más difícil escapar.
Una vez más, el amante débil olvidó besar al otro su alma cuando aun podía, sin darse cuenta del dolor que producía aquella sucesión de imperdonables olvidos, de sonrisas perdidas, de miradas diferentes. Volvió a partirse el corazón en dos. Mientras una parte se dejaba seducir por la luz y el aliento de otros corazones despreocupados, la otra parte se encerraba en cuartos sin puertas ni ventanas en los que el contacto con la vida se reducía a unas cuantas palabras fingidas que acababan irremediablemente en la papelera del olvido.
III
Solo los primeros rayos de sol de primavera podían convertir una operación matemática exacta en un nuevo encuentro. Desde el mar en calma en el que vivía, el amante más perseverante se ocupó de rescatar la parte débil que le faltaba a su corazón pues, al fin y al cabo, aun seguía siendo suyo. Llenó de nuevo los espacios vacíos con su cariño después de escuchar palabras de arrepentimiento sincero. ¿Cómo pude haberte yo herido, engañado y ofendido? Alma gemela no te olvido. Y el corazón se fue abrazando hasta convertirse de nuevo en uno.
Las pompas de jabón que antes no llegaban a formarse, de tan poca consistencia que tenían, bailaban airosas al son de una alegría renovada y limpia.
La traición nunca se justifica. El error es algo humano. Poco a poco los amantes van completando el puzle de los sueños rotos. Y es que EL VERDADERO AMOR PERDONA.

7 de junio de 2012

El baúl.

Eran las cinco en punto de la madrugada. Comprobó que la calle estaba desierta y metió el baúl en el maletero del coche. Pesaba mucho. Las manos le brillaban debido al sudor que le producía el pánico por el asesinato que había cometido aquella noche. “Fue un accidente. Yo no quería matarla”. Arrancó y se incorporó a la calzada, teniendo cuidado de indicarlo con el intermitente. Giró a la izquierda y confirmó su sospecha: una patrulla de policía le seguía a una distancia prudencial.
Empezó a ponerse nervioso. Dio la vuelta a una rotonda sin dejar de mirar por el espejo retrovisor. El coche de policía continuaba ahí. Paró en un stop, en dos, en tres. Nada.
Decidió modificar el rumbo y se incorporó a la autovía de forma extrañamente pausada. Le incomodaba el mueble que llevaba atrás. Era herencia de su abuela, una pieza de anticuario del que ya se habría desprendido de no ser por ese maldito coche que llenaba de miedo hasta el más recóndito espacio de aquel vehículo que se había convertido en coche fúnebre por casualidad.
El sonido ronco de la sirena le hizo palidecer. “Pare en el arcén”. Quiso huir, pero las piernas no le respondieron.  Bajó lentamente la ventana pero su mirada permaneció perdida en el horizonte.
“Enhorabuena, señor. Acaba de ganar el premio al mejor conductor del año. Ha sido usted elegido aleatoriamente de entre aquellos que mantienen inmaculado su expediente de tráfico y hemos constatado que, efectivamente, no comete usted infracción alguna. Solo nos queda comprobar que lleva en su vehículo todos los accesorios obligatorios. ¿Puede abrir el maletero, por favor?”