22 de octubre de 2012

La añoranza de ti.



En tu voz cuando me hablas yo tanteo
tus palabras una a una.
Y adormeces en un cálido suspiro,
mis sueños en la calma de tus labios.
Será sin avisar, en tu descuido,
cuando en el aire te embriagues
con mi aroma.
Y amanecerá la sonrisa en tu mirada
mientras en tu cuerpo se derrama
el alma mía.

Dibujaré en tu espalda mil caricias
que se desbordarán en latidos indefensos.
Mis manos se unirán suavemente con tus dedos
y encenderán tus pupilas
con brasas de luciérnagas ardientes.
Y la necesidad de mirarte y de tenerte
crecerá por momentos en mi aliento
degustando el sabor de tus abrazos.
Y me llenaré de ti mientras te vivo
como un río de agua cristalina.

Tú desmayarás en un susurro interminable
tu cascada de pasión dentro de mi alma,
y yo te amaré hasta que me duela
en instantes de estrellas y de espejos.

Y pronunciaré tu beso en mi delirio
cuando regreses sin descanso
a despertar mi cuerpo eternamente.

La noche saciará de lluvia el sentimiento
ensimismado en el azul de tus promesas
que apaciguan mis auroras cada día,
mientras el sonido del silencio más abstracto
se estremece en la seda de mi piel serena
embriagando de pasión mi madrugada.

Y en medio de un tenue rumor de caracolas
ocultaré con sosiego mi paz y mi tristeza
en el estéril y desierto estío
en que se halla mi Universo
que ha elegido, entre todos, tu nombre.

1 de julio de 2012

Cincuenta


Para todas las personas que pasaron alguna vez por mi vida y, en especial, para aquellas que se quedaron. Necesitaría otras cincuenta vidas para darles las gracias porque sin ellas no habría sido nada.

 
Cincuenta lunas de fuego,
y cincuenta blancos soles.
Son cincuenta amaneceres
     arropada en mis amores.    
     
Hay cincuenta mediodías
y cincuenta oscuras noches.
Cincuenta  golpes de látigo
en forma de mil dolores.

Cincuenta besos a tiempo
y cincuenta olvidos largos.
 Cincuenta llantos sentidos.
Cincuenta palabras de ánimo.

Cincuenta valientes sueños
y cincuenta desengaños.
Cincuenta abrazos de amigos.
Mi cincuenta cumpleaños.




.



26 de junio de 2012

Banda sonora de un corazón compartido

Metáfora para el capitán de mi equipo, al que quiero.

                                                              I

La primera vez que los amantes tuvieron noción de que ambos existían en el mismo mundo era de noche, aunque en sus oídos sonaba RAYANDO EL SOL. Les resultaba muy fácil cerrar los ojos y volar con la imaginación hacia la secreta oscuridad en la que alimentaban su impetuoso deseo de estar juntos. Cada uno cedió al otro su corazón y así construyeron un único lugar donde palpitar para reducir la distancia tan abismal que los separaba. “No aguanto. Me duele tanto estar sin ti”. ¡Tan lejos estaban! ¡Y tan cerca!
La luz que irradiaba aquel sol cada noche en el espejo donde fijaban su lugar de encuentro era tan potente que, a veces, quemaba, y mucho, ocasionando tal desesperación que era más fácil tocarlo y abrasarse que calmar el fuego con besos y abrazos de mil kilómetros.
Pero el sol se agotaba por momentos y uno de los dos, el más débil e inconsciente, decidió quedarse con todo el calor, pues las llamas no tenían fuerza para mantener a ambos. Y así, le pidió que dejase de alumbrar a la otra parte de aquel corazón compartido, concentrando las llamas en su mitad. Aquella traslación del sol sumió a la otra mitad del corazón en un frío tan intenso que los ardientes ríos de lava se convirtieron en un mar de hielo que abrasaba el alma con tanta furia que ni las cálidas tormentas de lágrimas sirvieron para apagar aquel álgido incendio. La desolación fue absoluta. El mundo se hizo estéril y en el camino los amantes perdieron todos los enseres que con tanto cariño habían atesorado para su futuro en común.
II
Cuando casi habían sanado las heridas ocasionadas por aquellos fenómenos cuyo efecto devastador rompió el corazón en mil pedazos, el sol apareció de nuevo por la existencia de aquellos seres tan distanciados y decidió llenar de vida los desiertos del alma en los que las palabras nacían pero nunca obtenían respuesta.
Uno de los amantes caminaba por las calles empapadas en olvido, mientras que el otro lamía sus heridas escondido en el único rincón del alma donde se sentía seguro. Uno de los amantes se estaba muriendo mientras volaba sobre el mar con las alas rotas y el otro deseaba desesperadamente dejar atrás aquellos obstáculos insalvables que impedían serenar su vida. Y la fuerza de aquel mundo de ilusión hizo que se encontraran de nuevo. ¡AY, AMOR, TÚ ERES MI RELIGIÓN!
El amante condenado al frío desolador curó las heridas del amante abrasado por el intenso calor. Lo hizo sin condiciones ni exigencias, de tan generoso que era y así el cielo plomizo se abrió y una fina lluvia refrescó aquel terreno yermo que el sol, con su ardor desbocado, había arrasado.
Mas estaba escrito que la quietud nunca fuera el paradigma de su existencia. Fuego y nieve se alternaban ocasionando interferencias insalvables en la temperatura de aquel corazón remendado por el que transitaron todos los fenómenos posibles: tan pronto lucía el sol con una calma inusitada como se desataba una inundación de reproches y palabras silenciadas que convertían su espacio en arenas movedizas de las que cada vez resultaba más difícil escapar.
Una vez más, el amante débil olvidó besar al otro su alma cuando aun podía, sin darse cuenta del dolor que producía aquella sucesión de imperdonables olvidos, de sonrisas perdidas, de miradas diferentes. Volvió a partirse el corazón en dos. Mientras una parte se dejaba seducir por la luz y el aliento de otros corazones despreocupados, la otra parte se encerraba en cuartos sin puertas ni ventanas en los que el contacto con la vida se reducía a unas cuantas palabras fingidas que acababan irremediablemente en la papelera del olvido.
III
Solo los primeros rayos de sol de primavera podían convertir una operación matemática exacta en un nuevo encuentro. Desde el mar en calma en el que vivía, el amante más perseverante se ocupó de rescatar la parte débil que le faltaba a su corazón pues, al fin y al cabo, aun seguía siendo suyo. Llenó de nuevo los espacios vacíos con su cariño después de escuchar palabras de arrepentimiento sincero. ¿Cómo pude haberte yo herido, engañado y ofendido? Alma gemela no te olvido. Y el corazón se fue abrazando hasta convertirse de nuevo en uno.
Las pompas de jabón que antes no llegaban a formarse, de tan poca consistencia que tenían, bailaban airosas al son de una alegría renovada y limpia.
La traición nunca se justifica. El error es algo humano. Poco a poco los amantes van completando el puzle de los sueños rotos. Y es que EL VERDADERO AMOR PERDONA.

7 de junio de 2012

El baúl.

Eran las cinco en punto de la madrugada. Comprobó que la calle estaba desierta y metió el baúl en el maletero del coche. Pesaba mucho. Las manos le brillaban debido al sudor que le producía el pánico por el asesinato que había cometido aquella noche. “Fue un accidente. Yo no quería matarla”. Arrancó y se incorporó a la calzada, teniendo cuidado de indicarlo con el intermitente. Giró a la izquierda y confirmó su sospecha: una patrulla de policía le seguía a una distancia prudencial.
Empezó a ponerse nervioso. Dio la vuelta a una rotonda sin dejar de mirar por el espejo retrovisor. El coche de policía continuaba ahí. Paró en un stop, en dos, en tres. Nada.
Decidió modificar el rumbo y se incorporó a la autovía de forma extrañamente pausada. Le incomodaba el mueble que llevaba atrás. Era herencia de su abuela, una pieza de anticuario del que ya se habría desprendido de no ser por ese maldito coche que llenaba de miedo hasta el más recóndito espacio de aquel vehículo que se había convertido en coche fúnebre por casualidad.
El sonido ronco de la sirena le hizo palidecer. “Pare en el arcén”. Quiso huir, pero las piernas no le respondieron.  Bajó lentamente la ventana pero su mirada permaneció perdida en el horizonte.
“Enhorabuena, señor. Acaba de ganar el premio al mejor conductor del año. Ha sido usted elegido aleatoriamente de entre aquellos que mantienen inmaculado su expediente de tráfico y hemos constatado que, efectivamente, no comete usted infracción alguna. Solo nos queda comprobar que lleva en su vehículo todos los accesorios obligatorios. ¿Puede abrir el maletero, por favor?”

6 de mayo de 2012

Para mi madre.

Tu cuerpo dio cuerpo al mío.
Me alumbraste con dolor
una mañana de verano,
y  guiaste  mis pasos
por un mundo de mieles
al calor de tu seno.
Tu mano hizo de faro,
tus ojos, de sendero,
tu oído, de caricias,
tu llanto, de silencios
cuando yo necesitaba
llenarme de amor materno.
 

Robé horas de tu sueño
cuando el mío se agitaba
en olas azuladas de dolores
y atroces temores eternos.
Bañaste con cariño
tanto desconsuelo
vivido en soledad;
y, aun en la distancia,
solo oír tu voz fortalecía
aquellos momentos míos
de profundo miedo.
 
 
Por eso no solo hoy,
sino uno tras otro,
todos los días del año,
quisiera decirte:
Madre, ¡cuánto te quiero!

29 de marzo de 2012

Después del amor

Después de hacer el amor contigo comprendo muchas cosas...

El ir y el venir del viento,
el olor de las rosas,

cómo se pierde la vida,
cómo se alcanza una cima.

Comprendo los algoritmos espaciales
que envuelven mi conciencia cada vez
que recibo en mí tu vida
mientras tú aceptas la mía a cambio,

respirando en nuestro aire
una inmensa quietud.

Comprendo tu miedo
y avivo tu fuego

cada vez que las brasas pierden el rojo.

Te escondo en mis pechos,

hogar seguro y calido,
tan dulces como hermosos, dices,

cuando te vas ,
llevándote el recuerdo

aun caliente entre tus manos.

Comprendo a la Tierra,

a los terremotos, a las mareas.
Comprendo a un viejo que sueña

con lo que un día vivió.

Y así llego a mi casa,
república del orden material,
mi segundo hogar después de tus brazos.

Y, después de comprender todo esto,
me quedo vacía
pero sintiendo que aún vivo.

12 de febrero de 2012

La boticaria

Cuento consentido para Sandra, a la que quiero.

I
Llegó a su nuevo lugar de trabajo con la recomendación de una conocida bajo el brazo. Se presentó con la voz baja y la mirada altiva. Sabía que, por mucha teoría que habitase en su cabeza, desconocía las fórmulas magistrales que hacían de aquella botica la más valorada de la comarca.
No era su primer trabajo, pues antes había ejercido en sofisticados establecimientos de barrios donde la clientela pertenecía a la alta sociedad, lo que le hacía aventurar que en aquel pueblo en el que la mayoría de la población poseía un cociente intelectual menor del que ella presumía, iba a postularse como un pilar imprescindible para aquellos a quienes empezaba a mirar, aun sin haber bajado de aquel autobús cochambroso, por encima del hombro.
II
Abandonó la botica decorada con maderas nobles por los desencuentros diarios con su dueña. Ambas habían estudiado idénticos remedios y se habían convertido en grandes amigas. Trabajar juntas siempre fue el deseo que se vio cumplido cuando, en un golpe de suerte, su amiga Marina heredó una pequeña fortuna que le permitió hacerse con aquel local de principios del siglo lleno de recuerdos del pasado que siempre las había entusiasmado. Fiel a un público de edad avanzada que requería de un trato tradicional, la farmacia empezó a experimentar unas ganancias extraordinarias que pronto se convirtieron en el inicio de sus problemas.
Petra sugería sofisticados remedios medicinales que exigían grandes inversiones de dinero y tomaba decisiones a espaldas de aquella a quien llevaba tanto tiempo unida. Parecía que el negocio le perteneciera por completo, algo que Marina cortó de raíz recordándole, de muy malos modos, quién era la única dueña de aquel cortijo.

Humillada, dejó atrás amistad y trabajo con una espantada en toda regla, haciendo uso de los delirios de grandeza adquiridos en aquella burguesía desfasada en la que se había criado, y segura de que, en menos de que cantara un gallo, su amiga iba a suplicarle que volviera porque sin ella la botica no funcionaría. Y como aquello jamás sucedió, pues el orgullo de ambas era infinito, ahora se veía abocada a empezar de nuevo aprendiendo formas farmacéuticas en aquel entorno rural que tanto había despreciado.
III
La dueña de su nuevo hogar laboral era joven e inexperta, aunque estaba bien asesorada por unos mancebos que habían sido instruidos por algunos de los mejores drogueros del país. Ungüentos, aceites, pociones, cervezas, jarabes, vinos…, realizados por ellos mismos, mantenían la salud de aquella población de manera intachable. Si conseguía aprenderlo todo, podría volver y hacer la competencia a su amiga desde aquel local de enfrente en el que antaño se fijaron ambas para ampliar su negocio.
Cada amanecer, ataviada con su impoluto faldón de trabajo, estudiaba la forma de preparar fórmulas utilizando los remedios botánicos naturales que utilizaban los que, no hacía mucho, eran aprendices y ahora sus maestros, algo que le molestaba profundamente. Preguntaba, insaciable, cualquier cosa que pudiera servirle para poder dominar todo el conocimiento del que eran poseedores aquellos seres que, en su interior, consideraba infinitamente inferiores a ella y que, a la vez, eran el alma de aquel negocio tan increíblemente rentable y valorado.
IV
Pasados unos meses en los que tuvo la oportunidad de poder demostrar su valía ante su joven dueña, esta decidió que era hora de viajar por el mundo en busca de otros remedios científicos que incrementaran el valor de lo que allí se hacía y, sin previo aviso, Petra se quedó al cuidado de aquella botica y de aquellos mancebos.
Verse libre de dueña, pronto provocó en la boticaria el deseo de actuar como tal. Un veneno ponzoñoso cuya fórmula nadie conocía se apoderó de ella. El cambio en su manera de proceder y su inexplicable transformación en usurpadora del tiempo ajeno, hizo que nadie en la botica supiera qué hacer cuando, aun recluida en sus manuscritos dentro de la rebotica, aparecía cual sombra silenciosa escrutando con total descaro cualquier movimiento que se produjese en el local. De todos desconfiaba y a todos dejaba clara su nueva posición de mando, provocando situaciones que no hacían más que generar malos entendidos.
La boticaria (Ángel Luis López Pérez)
V
Su obsesión pronto se convirtió en motivo de escarnio público. Cualquiera se mofaba de ella cuando trataba de descifrar manuscritos naturalistas sin éxito alguno, fabricando las pócimas más grotescas que pudieran encontrarse en los tratados farmacéuticos más antiguos.
Pronto dejó de ser respetada pese a su evidente autoritarismo. Sus pisadas, anunciadoras del espionaje más vulgar, eran la antesala de murmullos recelosos y sarcásticas sonrisas.
Definitivamente había perdido la consideración y el respeto que se pedía para ella en su escrito de recomendación. Nadie lo supo nunca, excepto quien lo escribió, pero la finalidad de aquella carta no era otra que conseguir su curación y la de todos aquellos que siempre creen estar por encima del bien y del mal. “Boticaria venida a menos precisa antídoto para la soberbia. Le ruego le proporcione los ingredientes necesarios para su composición con el fin de investigar en ella un posible remedio para abatir la arrogancia de todos los de su especie”.

15 de enero de 2012

El sillón Pierrot

De repente lo vio y la sangre se le congeló en las venas. La recóndita ciudad asiática en la que se encontraba para comprar carísimos muebles exóticos era el único lugar del mundo donde jamás habría sospechado encontrar aquel trozo de su vida perdido durante su infancia.
Sin embargo, allí estaba, en el rincón de una pequeña estancia decorada en estilo feng shui en aquella extraña exposición internacional de interiores minimalistas de ensueño a la que había acudido a última hora más por salir de la rutina que por interés en el potencial mobiliario susceptible de una inversión de su capital.
No lo dudó ni un instante. Avanzó un paso e hizo la pregunta en voz extremadamente alta. ¿Cuánto piden por él? No está en venta, señor. Sacó su cartera pausadamente y colocó un talón en blanco sobre una cómoda art déco de madera de coco encima de la cual posaba sonriente una bailarina de Dégas. Ponga usted la cantidad que considere oportuna. No escatimaré un solo céntimo.
A su espalda se escucharon unos pasos seguidos de una voz femenina. Ya lo ha oído: el sillón Pierrot no está en venta. Es una pieza única en el mundo. Sospecho que lo sabe.
Claro que lo sabía. Aquel sillón de época que había sido restaurado en colores chillones y recortes de diferentes tapices, había pertenecido siempre a su familia. Su actual estilo naïf le daba un aire ingenuo y moderno pero el diseño de su estructura delataba la dilatada vida de aquel exquisito mueble. ¿Qué era aquello tan especial que le hacía ser una codiciada pieza de coleccionista? Una sola cosa: incrustada en su brazo izquierdo continuaba intacta la carta que él mismo escribió a su madre poco después de que falleciera en aquel fatídico accidente. Se acercó, cerró los ojos y recreó párrafo a párrafo el contenido de aquella página.
Querida mamá:
Sé que allá donde estés es un sitio muy cerca de mi corazón. Te escribo esta carta sentado en tu sillón favorito; sí, ese en el que tú te recostabas cada mediodía en primavera para disfrutar de los rayos de sol que se colaban por la ventana. Tu refugio de pensar, lo llamabas. Ahora es el mío.
El brazo izquierdo sigue estando roto. Nunca pensé que la lupa del abuelo pudiera quemar esta tela picassiana tan bonita.
Ya nadie se sienta en él. Solo yo. Los abuelos van a venderlo. No soportan mirarlo y no verte acomodada en él. Por eso hoy me despido un poco de ti, porque esta tarde va a venir una señora que es anticuaria y se lo va a llevar. Pero no te preocupes, te prometo que cuando sea mayor dedicaré todo mi tiempo a buscarlo. Hasta entonces, dejo esta carta tapando el agujero, para que cuando te asomes a él, puedas leerla.
Te quiero, mamá.
El sillón Pierrot - Ángel Luis López Pérez
La letra era infantil pero clara y de trazos rotundos. Se le humedecieron los ojos. La voz de la mujer le hizo mover la cabeza hacia un lado y, al hacerlo, las lágrimas que recorrían sus mejillas cayeron sobre la hoja amarillenta. Las palabras se volvieron borrosas de repente y un riachuelo de tinta comenzó a desbordarse por la tela hasta dejar el sillón en el tapiz original en el que fue concebido.
¡Nooooo! – gritó la mujer. - ¡Otra vez nooooo!
Un silencio incómodo se coló en la estancia. La anticuaria alargó su mano huesuda y llena de anillos hasta la cómoda, recogió el talón y, con gesto cansino, lo rompió en pedazos. Después, sacó un sobre de su bolso y lo colocó donde antes había reposado aquel cheque que valía media vida.
Sin apenas mirar al desconocido, comenzó a alejarse lentamente, abandonándose al murmullo que brotó de su garganta como sin querer: “Desde que lo compré, este siempre ha sido un mueble con vida propia. En el sobre encontrará las instrucciones de uso. El sillón es suyo, señor”.