29 de julio de 2015

Mirando la vida pasar


Para todas aquellas personas que, mientras miran la vida pasar, se olvidan de vivir.

La imagen no vale más que mil palabras.
Un corazón puede salvar a otro corazón.



Se sentó en la vieja silla de anea en la que tantos ratos miraba la vida pasar. Las rodillas, plegadas, tocando el borde inferior de su cara y sus grandes ojos oscuros, mirando al infinito; un infinito ligado al futuro en el que nunca había pensado, tan concentrado como estaba en parecer lo que no era. Un rayo de sol le cegó por un momento y él parpadeó para dejar finalmente la mirada perdida.

¿Cómo pudo pasar? ¿Cómo se enmarañó en aquella carrera absurda por ser el primero? El primero. El primero. El primero. El primero de la casa. El primero de la clase. El primero en el trabajo. El primero: el líder. Un enorme subidón delató la histriónica forma de revivir la imagen que él mismo se había forjado: soy el más, soy el mejor, soy el número uno. Nunca se había parado a pensar que todo aquello no era más que un disfraz que se evaporaba al contacto etéreo con la realidad.

Una ráfaga de aire movió algunas hojas sueltas que acariciaron sus pies desnudos. Se revolvió en la silla sin dejar que sus ojos se abrieran a la luz. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Por qué sentía aquel vacío? El cero más absoluto envolvía ahora su existencia. ¿Dónde estaba el uno? Él quería seguir siéndolo y no podía. No al menos como había sido siempre.

Ya no era el primero en nada, ni tenía ya edad ni fuerza para luchar por ello. Tiraba la toalla. Su vida había quedado totalmente expuesta a la intemperie y todo el mundo se había dado cuenta de la mentira en la que vivía y de las miserias que arrastraba. Nunca había sido el primero en nada: era uno más en su casa; nunca había sido el primero de la clase y le atormentaba haberse dado cuenta tan tarde de que sus compañeros lo habían sabido siempre, siguiéndole el rollo pero riéndose de él; en el trabajo seguía siendo importante, pero prescindible como otro cualquiera. Nunca llegó a ser el primero, a pesar de que lo había creído y aireado a los cuatro vientos en varias ocasiones...

Le aturdía el sonido de esa palabra en sus oídos: primero, primero, primero...

Se le entumecieron las piernas de tenerlas encogidas tanto tiempo. Ese adormecimiento corporal le devolvió al mundo. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué se negaba a ver la realidad? ¿Qué le aportaban los halagos falsos que tanto necesitaba? ¿Se estaba haciendo viejo? Cierto era que los años le caían sin piedad y sin darse cuenta de que no estaba viviendo lo hermoso de la vida mientras se acurrucaba en el nido de su imagen, de su falsa realidad, de todo lo que quería pero no había tenido nunca. Lo veía pero no quería verlo. Lo sabía pero no quería admitirlo. Lo notaba pero lo alejaba de sí.

Se levantó con movimientos leves mientras sus ojos se hacían a la luz del atardecer. Entonces lo percibió en su total plenitud. Solo en ese momento tuvo la certeza de haber dilapidado su vida y el último haz de luz que dejaría paso a la noche le devolvió a la cruda realidad: creía haber vivido, pero solo había estado mirando la vida pasar.

Ella le tomó de la mano una vez más y con cariño le invitó a entrar en la casa, al amor de un corazón en el que no solo había sido siempre el primero, sino el único
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