26 de diciembre de 2011

El hombre que tenía la cabeza llena de ideas

A mi amigo Ángel Luis.

El nombre de aquel hombre era cacofónico. Eso hacía que pronunciarlo correctamente fuera complicado si se decía a una cierta velocidad. Pero no sonaba mal. La aliteración de eles se me antojaba que era el interruptor de la luz que se encendía en su cabeza tomando forma de numerosas bombillas que se convertían inmediatamente en ideas.Tantas bombillas, digo ideas, se acumularon en su cabeza que, cuando quería recrearse con alguna, no la encontraba.

Un buen día, mientras se hallaba absorto inventando una nueva idea, su disco duro le avisó de que estaba lleno. Ya no entraba nada más. "No me queda más remedio que ordenar todas las ideas para que ocupen menos espacio y poder guardar otras nuevas" - pensó -. Y se dispuso a liberar los huequitos  de aquel disco duro en que se había convertido su cerebro.
Comenzó por las más recientes. Eran bombillas pequeñas, con un halo de luz irreverente que todavía no se habían desarrollado lo suficientemente para tener entidad propia. Esas ocupaban poco sitio si estaban bien colocadas.
Giró las cuencas de sus ojos por los pasillos de aquel laboratorio de ideas y se entretuvo en desechar aquellas que, aun siendo buenas, sabía que no iba a poder realizar jamás por falta de iniciativa. Claro que, después de ver lo bonitas que eran y el juego que le podían dar cuando estuviera realmente aburrido, decidió almacenarlas en la trastienda de su mente.
Y, por fin, llegó a las bombillas que más trabajo le había costado alumbrar, esas que tenían el don de manifestarse en todas sus dimensiones con solo cerrar los ojos. Comenzó a ordenarlas por orden de nacimiento, pero cuando había revisado unas cuantas se dio cuenta de que no podía guardarlas todas. Y, ahora, ¿qué? No podía sacarlas de allí. Eran su tesoro más preciado. Había invertido mucho de su tiempo dándoles forma en su cabeza, alimentándolas del más puro talento, sin dejarlas salir de allí por miedo a que en el exterior perdieran toda la magia con que habían sido concebidas.
Con mucho esfuerzo consiguió ensamblar las ideas como si de piezas de un rompecabezas se tratara. Solo le faltaba una por colocar. Trabajó sin descansar intentando acoplarla en diferentes partes de aquel almacén que estaba repleto desde hacía ya tiempo. Entonces sucedió. Con tanto vigor había intentado que todas ellas entraran, que su cabeza estalló como un globo y una de las ideas salió a la vida volando como una cometa.
Estupefacto comprobó que aquella idea inquieta y saltarina le animaba a que la plasmara en algún lienzo blanco olvidado en su memoria. Y con tantos colores se fue desgranando en su cabeza que acabó por hacerse realidad convirtiendo a su autor en un firme candidato al premio al mejor ideólogo.
Ideas pequeñas (Ángel Luis López Pérez)

Y es que aquel hombre cuyo nombre era cacofónico, pasó por fin de ser un coleccionista de ideas a aquello que siempre había deseado: un extraordinario pintor.

18 de diciembre de 2011

Amarga Navidad

Aquella caja de cartón era su casa. Tenía una especie de puerta y algunos pequeños orificios en un lateral para poder ver los pies de quienes pasaban por aquella destartalada calle.

Dentro de la caja, sobre un colchón rescatado de un contenedor cercano, dormía aquella mujer menuda de pelo blanco. Aquel invierno estaba siendo terriblemente frío y se había recogido antes que de costumbre en aquel hogar improvisado al abrigo del viento.

No había podido conseguir comida y estaba extremadamente débil. Cerró los ojos para intentar dormir y poco a poco fue entrando en estado de semiinconsciencia. Su mente viajó en el tiempo hacia aquella Nochebuena en la que descubrió el verdadero significado de la Navidad. Su madre la había llevado a cenar a un albergue en el que se alojaban algunos niños huérfanos. Fue una velada tan intensa y confortante que en ese momento decidió dedicar su vida a ayudar a la gente sin hogar. Y aquel fue también el motivo de que ella hubiera perdido el suyo: lo había dado todo a los demás sin pedir nada a cambio.

Y ahora estaba de nuevo en aquel albergue riendo y cantando junto con aquellos niños de entonces que ahora tendrían su misma edad. La música y las risas volvieron a su cabeza en un recuerdo que nunca había dejado de ser reciente. Vio a su madre repartiendo caramelos y cuentos y abrazando a todos los que allí estaban. Esperó pacientemente a que acabase para dirigirse hacia ella. Mientras se acercaba lentamente, empezó a sentir una paz inmensa al ver la mano tendida de su madre para atraerla hacia sí y se abandonó al abrazo cálido y amoroso de quien más la había querido.

Abrió los ojos por última vez y pudo ver a través de las pequeñas ventanitas cómo las estrellas alumbraban el camino que debía seguir mientras su madre le pedía que lo tomara para poder disfrutar juntas de otra inolvidable noche en familia. Fue entonces cuando supo que en Navidad, todos los caminos llevan a casa.